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Aquellos trabajos de la U: Sherlock Holmes


Hay escritores que llegan a ser anulados por sus propios personajes hasta el punto de que todo el mundo llega a saber quién es tal personaje y sus aventuras, pero ignora el nombre completo (e incluso, en ocasiones, desconoce quién es el creador del personaje) y lo mínimos datos biográficos del escritor. En el caso de Sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes adquirió tanta popularidad que se llegó a convertir en un mito literario, un personaje de ficción que oscureció a su propio creador: Sir Arthur. Esto se debe, tal vez, a que Sir Arthur dotó a su personaje de tantas cualidades humanas que llegó a ser, aunque esto suene irónico, más humano que su propio autor, lo cual explica el alto grado de identificación que la gente logró con el detective. De hecho, Sherlock Holmes adquirió tal fama que muchos lo creyeron una persona real y no un ente de ficción. Una vez le preguntaron a Sir Arthur qué grado tenía Holmes en el ejército, y, después le ofrecieron empleo para el detective. Sir Arthur se convirtió, en suma, para muchos lectores en una especie de anotador de las historias que el Doctor Watson escribía sobre los extraordinarios casos que Sherlock Holmes resolvía.


Posiblemente harto de esta popularidad que anulaba sus otras obras literarias y hasta su propia personalidad, Conan Doyle decidió matar al detective. Así, en 1893 le pidió a Sidney Paget que preparase una ilustración del dramático momento en que Sherlock Holmes, luchando con el criminal Moriarty, caía con él en las turbulentas aguas del Reinchenbach, ilustración que debía acompañar la descripción que el Doctor Watson hiciera en "El último problema" del trágico fin del famoso detective. No obstante, la reacción entre los asiduos lectores de Sherlock Holmes fue tan extraordinaria como inesperada. A la decepción inicial se unió la indignación y Conan Doyle se vió inundado con una serie de cartas de lamentación y protesta. Inclusive fue tratado de "Bruto" por parte de uno de esos lectores que no comprendían su decisión de matar al detective. Finalmente, en 1903 terminó por ceder ante la presión de escritores y lectores comenzando a escribir el relato que constituiría la "resurrección" de Sherlock Holmes en el ámbito literario, titulandolo: "La aventura de la casa vacía" (Publicado en el año de 1904).


Por otro lado, aunque John Watson siempre permanece en segundo plano, refleja, en cierto modo, las dificultades con las que se enfrenta el hombre promedio de su época: Comienza por perder contacto con su profesión a causa, primero, de la convalecencia de una enfermedad contraída mientras se recuperaba de un balazo recibido mientras estaba de servicio en el extranjero y porque las aventuras de su amigo lo envuelven y absorben. Es inevitable observar la semejanza existente entre este personaje y Sir Arthur, lo cual se deba, tal vez, a que Sir Arthur utilizó al Doctor Watson como una válvula de escape al tedio que probablemente sentía durante las largas horas que pasaba en su consultorio sin atender a ningún paciente; es decir, con el Doctor Watson él mismo se ubica dentro de las aventuras vividas por el detective.


Al adentrarnos en los casos en que intervienen Sherlock Holmes y el Doctor Watson nos damos cuenta que la amistad existente entre estos dos personajes carece totalmente de intereses e hipocresías. No obstante, a primera vista, y debido a la ironía un tanto desdeñosa con que Holmes acoge las observaciones de Watson, se diría que éste no es más que un ayudante servil de Sherlock y que éste lo utiliza sin estimarlo, pero nada podría estar más lejos de la verdad. El propio Holmes dice un día al presentar a su colaborador: "Este señor es el doctor Watson, compañero mío, y al cual debo la resolución de los más difíciles problemas" (Tomado de: "La liga de las cabezas rojas"). Un pasaje del relato: "Los tres Garrideb", define, sin lugar a dudas, la profunda conexión emocional que existe entre Sherlock Holmes y Watson: "Fue cosa de un instante para aquel hombre el sacar de un tirón el revólver que llevaba en el pecho y hacer dos disparos. Yo sentí una súbita quemazón en el muslo, como si hubiesen oprimido contra el mismo un hierro al rojo. Se oyó acto continuo un crujido, al chocar con fuerza la pistola de Holmes en la cabeza de aquel hombre. Pasó por mis ojos la visión del agresor despatarrado en el suelo, corriéndole la sangre por la cara, mientras Holmes lo registraba para quitarle las armas. Acto continuo, los brazos vigorosos de mi amigo me rodearon y me condujo hasta una silla. -¿Está usted herido, Watson? ¡Por el amor de Dios, dígame que no está herido!- El descubrir todo el caudal de amor y lealtad que se escondían detrás de la fría máscara de Holmes, bien valía una herida, bien valía muchas heridas. Aquellos ojos claros y duros se nublaron en un instante y sus firmes labios se pusieron a temblar. Por una sola vez tuve yo la rápida visión de un corazón grande, y también de un gran cerebro. Todos mis años de servicios humildes sin reciprocidad culminaron en aquel instante revelador".

Los temas tratados en los 60 relatos en que aparecen Sherlock Holmes y Watson pueden ser agrupados de la siguiente manera:

*El asesinato cometido en circunstancias misteriosas, abordado en: "El cordón de la campanilla", "El vampiro de Sussex", "El jorobado", "Los lentes de oro", "El pintor misterioso", "Pedro el negro" y "El puente de Thor".

*Hechos insólitos que al ser explicados por el detetive adquieren plena verosimilitud. Ejemplos de esta clase de realatos son: "El hombre que reptaba", "La melena de león", "Los tres gabletes", "El ciclista fantasma", "La liga de los cabezas rojas" y "Los tres Garrideb". En la mayoría de estos casos el "hecho inexplicable" que sirve de motivo al relato es en realidad el factor preparatorio de un delito que el consultante ni siquiera sospecha pero que el detective prevée y del que casi siempre impide la realización. El hecho insólito siempre tiene una explicación científica que Holmes, gracias a su increible erudición, encuentra sin dificultad.

*La recuperación de un objeto robado: "Las dos manchas de sangre", "Los tres estudiantes" y "La piedra preciosa de mazarino".

*La frustración de los propósitos de un chantajista o de un cazador de dotes: "La aventura de Charles A. Milverton" y "La aventura del cliente ilustre".

En lo que se refiere a los métodos utilizados por el detective para resolver sus casos, el más frecuente es la observación en el lugar de los hechos: "El cordón de la campanilla", "Los lentes de oro", "Los tres Garrideb", "El pintor misterioso" y "El puente de Thor". En todos esos relatos el famoso detective despliega sus incalculables dotes de observación de toda clase de indicios y reconstruye in mente los hechos con amplitud y eficacia, para verlos luego corroborados con la confesión de los criminales. La observación de los indicios va seguida de razonamiento y está reforzada por averiguaciones que realiza el mismo Holmes, sin embargo, la policía, el cliente, algún testigo y el Doctor Watson son asimismo fuentes de datos estimables para la aclaración del enigma. El mismo Sherlock explica su método en distintos pasajes de sus aventuras: "Mi razonamiento arranca de la suposición de que, una vez se ha eliminado del caso todo lo que es imposible, la verdad tiene que consistir en el supuesto que todavía subsiste, por muy improbable que sea. Puede ocurrir que los supuestos subsistentes sean varios, y en ese caso se van poniendo a prueba uno después de otro hasta que uno de ellos ofrece base convincente" tomado de: "El soladado de piel decolarada". Algunas veces ocurre que el criminal es sorprendido in fraganty, esto ocurre generalmente en los cuentos de hecho insólito y en virtud de que Holmes y Watson se ocultan en sitios previstos por el detective (Por ejemplo: "El castillo de Shoscomboe", "Pedro el negro", "La liga de los cabezas rojas", "El pintor misterioso", "El campeón de foot-ball", "El ciclista fantasma" y "La aventura de Charles A. Milverton"). En esos casos el detective sabe que algo va a ocurrir o ha descubierto ya al criminal y se alista para atraparlo.

Finalmente, cabe destacar que es la confesión del delincuente la que, en la mayoría de los casos de Sherlock Holmes, otorga validez a todo el relato.

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